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Aislamiento de ciudadanos impacta ingresos de migrantes venezolanos que sobreviven en Colombia


La Voz de América conversó con migrantes venezolanos que explicaron cómo han mermado sus ingresos debido al aislamiento preventivo decretado para reducir el contagio por coronavirus.
La Voz de América conversó con migrantes venezolanos que explicaron cómo han mermado sus ingresos debido al aislamiento preventivo decretado para reducir el contagio por coronavirus.

Con las manos vacías, Ángela tuvo que subirse en Transmilenio junto a su hijo para pedir dinero. Apenada, pero consciente de que necesita llevar dinero a casa, alza su voz para pedir una ayuda a los pasajeros.

"No acostumbro a hacer este tipo de cosas. Siempre me he montado a este tipo de transporte a vender algún tipo de producto, pero debido a la situación que estamos viviendo tanto venezolanos como colombianos por el coronavirus, muchos se cohíben de comprar un producto", dice la mujer, mientras la miran los pocos pasajeros que todavía suben al transporte público.

"Yo puedo aguantar hambre, pero mi pequeño bebé no", añade.

La mujer, de 27 años, llegó hace un año a Bogotá proveniente de Barquisimeto.Vendía brownies principalmente, pero dice el aislamiento preventivo de los ciudadanos frente al COVID-19 ha hecho que la gente se abstenga de consumir su producto. O, más grave aún, ha disminuido notablemente la clientela.

En un día normal, explica, ganaba entre 50 y 60 mil pesos (alrededor de 13 dólares). Cuenta que al medio día solo ha recogido mil pesos colombianos; es decir, ni un dólar.

Aunque evita salir con su hijo de seis años, la orden del cierre de escuelas públicas en Colombia la obligó a llevarlo consigo. "Gracias a Dios, a él le brindaron la oportunidad acá de poder estudiar, pero suspendieron las clases. Ahí me ayudaba yo también bastante porque a él me le daban merienda, yo no me veía forzada", le contó a la Voz de América.

Sabe de los riesgos que corre, mientras se sube al transporte público, pero no puede dejar de trabajar, pues debe pagar una mensualidad. Incluso, dejó de salir un día y ya sus finanzas se han visto afectadas.

También es el caso de César, que vende medias, gorros y paños húmedos en un puente peatonal, o el de Dugleider, que tiene un puesto fijo de arepas en un barrio del norte de la ciudad.

César, proveniente del estado venezolano de Protuguesa, pasó de ganarse entre 30 y 40 mil pesos (alrededor de 9 dólares) a tener días grises donde solo logra recoger 13 mil (equivalente a un poco más de 3 dólares): "​Me vine de Venezuela por la situación y eso, pero yo estoy aquí guerreando para mejor con mi familia también", le contó a VOA Noticias.

"Ayer y antier fue duro; no es por nada, pero la ciudad se ve un poco sola (... La gente está preocupada por los guantes, los tapabocas y eso; al menos, se han vendido bien los pañitos", confiesa este venezolano de 19 años que subsistía como panadero en su país natal.

Esa soledad también ha impactado las ventas de Dugleider Pachecho, quien desde diciembre sobrevive a punta de venta de arepas; después de vender entre 150 y doscientas al día, hoy solo puede vender 100.

Llegó a Bogotá hace un poco más de un año, estudiaba deporte y jugaba fútbol y, hasta ahora, solo sobrevive de las ventas en las calles.

Música, domicilios y bicitaxis

Además de las ventas, los migrantes venezolanos también desempeñan otros tipos de oficios en las calles; tocan instrumentos musicales, hacen domicilios o transportan a los ciudadanos en sus bicitaxis. Si la gente no sale o se previene tampoco pueden trabajar tranquilamente.

El músico Jonatan García, por ejemplo, ha vivido de las melodías que salen de su arpa llanera. Ha notado que, cada vez que sube a un bus de Transmilenio, la gente se previene: "Más que prevenida, anda es asustada porque no quieren casi que ni siquiera vernos. Cuando nos van a colaborar, les da miedo para no tocarlos las manos", cuenta incluso con gracia.

"Si uno se pone el tapabocas, piensan que uno tiene el virus. Si uno estornuda, si uno da algo, todo el mundo anda asustado", dijo. Sus ingresos han pasado de aproximadamente 10 dólares a paenas tres dólares.

Pero la incomodidad no solo la ha vivido en su trabajo. Contó a VOA Noticias que donde reside le han exigido no solo usar tapabocas sino dejar de trabajar en el transporte público.

"Me exigieron, donde yo vivo, que usara el tapabocas; si no, que me mandaban desalojar porque ellos saben que yo trabajo en Transmilenio, entonces están asustados que yo llevo el virus para casa y me exigieron eso. Yo también lo estoy usando y lo uso también como medidas de protección y porque me lo exigían", cuenta.

Sin embargo, dice que mientras trabaja no lo usa porque piensan que está enfermo y tampoco quiere dejar de trabajar porque, parte de sus ingresos, son para su esposa y sus hijas; una de ellas con tan solo cinco meses de edad.

Así ocurre con Gleison Adzael, quien también debe enviar dinero a Venezuela para su pequeña hija. Casi que recién llegado a la ciudad, se dedica, en su bicicleta, a repartir domicilios. En igual caso está su amigo Jair Pereira, ambos están preocupados por la escasez de algunos productos en los supermercados de la ciudad porque, si les cancelan los pedidos, se endeudan con la compañía que los contrató.

"Vamos al supermercado. No se consiguen los productos y nos cancelan la orden, entonces nos montan la deuda y para montarnos la deuda, duramos un día, puede ser la semana y nos afecta mucho", contó Pereira a la VOA, mientras toma un merecido descanso, pues ha pedaleado casi todo el día.

Jair Pereira (Izq.) y Gleison Adzael viven en Bogotá hace algunos meses y se dedican a hacer domicilios por la ciudad. Foto: Karen Sánchez, VOA.
Jair Pereira (Izq.) y Gleison Adzael viven en Bogotá hace algunos meses y se dedican a hacer domicilios por la ciudad. Foto: Karen Sánchez, VOA.

Gleison, quien dejó Venezuela al faltarle únicamente un año para convertirse en ingeniero, dice que la mayoría de las personas ya no piden domicilios a restaurantes, sino que piden productos de la canasta básica: "Papel higiénico, pollo, cosas que duren en su casa porque supuestamente se ha dado cuarentena, que no hay cuarentena ni toque de queda; la gente lo que está es asustada".

Cuentan, además, que cuando llegan a algunos domicilios, no los dejan entrar sino que deben esperar afuera o les aplican antibacterial en las manos; incluso, dice Jair, los vigilantes les han pedido que les hablen con cierta distancia.

Otra historia cuenta Gabriel Sánchez, quien llegó desde Cúcuta a Bogotá para trabajar en un bicitaxi, el medio que le ha dado para comer, dormir y enviarle dinero a sus hijas que viven en Caracas.

Su rutina comienza a las 5 de la mañana y termina a las 10 de la noche. Sin embargo, estos días han estado más suaves de lo normal: "Nos ha bajado más del 50 por ciento de lo que hacemos normal en un día porque al bloquear lo que es el estudiantado, que es un 70 por ciento de lo que manejamos, ya no sale el estudiante, la mamá, el abuelo, que en la tarde o al mediodía, en la noche, cuando regresan".

¿Colombia o Venezuela?

Esta semana, el gobierno de Colombia decretó el cierre de fronteras marítimas, terrestres y fluviales; si los venezolanos quisieran regresar a su país por estas vías, no podrían hacerlo.

Sin embargo, VOA Noticias les preguntó si en medio de la coyuntura prefieren estar en Colombia o quisieran regresar a su país.

Aunque Ángela confiesa que quisiera regresar a Venezuela, dice que no tiene el dinero suficiente y, aunque le han informado sobre los riesgos de estar en las calles y de contagiarse del coronavirus, tanto en el lugar donde vive o en el colegio de su hijo, confiesa que no tienen un seguro al que pueda acudir, en caso de enfermarse.

Su fe está puesta solo en Dios y en alimentar bien a su hijo con productos, naturales como jugos de naranja y vitaminas.

"Verdaderamente quisiera irme, sí, pero no tengo cómo, no tengo pasajes, están cerrada las fronteras. Mi fe esta puesta en Dios; si aguantamos el paro que también fue muy fuerte, soportaremos también el virus", le dijo a la VOA.

Así como César, quien confiesa que regresar a Venezuela, en esta coyuntura "no es la mejor idea". Opinión que comparte también Jonatan porque dice que en su país no hay medicinas.

Sin embargo, para Gleison, la atención médica en Colombia no funciona. "Es lo mismo; el coronavirus está aquí, está allá. La atención médica aquí es... si te dan cita hoy, la otra para seis meses después; antes te morís. Por lo menos allá te ven; no hay medicinas, pero te ven", dice indignado.

Medidas locales y nacionales

El miércoles, en la noche, el gobierno nacional decretó el estado de emergencia en Colombia y anunció restricciones de movilidad con carácter obligatorio para las personas mayores de 70 años, por el hecho de ser la población más vulnerable.

Bogotá, por su parte, se encuentra en alerta amarilla y, aunque no se ha declarado la cuarentena obligatoria, realizará un simulacro de aislamiento preventivo durante cuatro días, desde el jueves hasta el lunes próximo.

Las autoridades tanto locales como nacionales han invitado a la ciudadanía a teletrabajar y a salir, solo si es estrictamente necesario.

Se han cancelado eventos culturales y deportivos en el país, y algunas empresas turísticas han reportado cierres en sus instalaciones. Diferentes regiones y ciudades ya han adoptado toques de queda.

Desde el lunes, Colombia no acepta la entrada de ningún viajero extranjero al país y ordenó la suspensión de las clases en todas las escuelas públicas.

Desde el 6 de marzo se confirmó la llegada del coronavirus a Colombia. Hasta hoy, ya son 93 casos confirmados por el Ministerio de Salud y Protección Social, siendo Bogotá la ciudad con más personas infectadas, con un total de 42.

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    Karen Sánchez

    Corresponsal de la Voz de América, en Bogotá, Colombia. Fue periodista de diferentes periódicos y revistas de EL TIEMPO Casa Editorial. Comunicadora social y periodista de la Universidad de la Sabana, donde fue becaria. Hizo parte del equipo de comunicaciones del programa de Gobierno Digital del MinTIC de Colombia. Formada en Libertad de Expresión por la Sociedad Interamericana de Prensa y la Universidad Católica Andrés Bello.

     

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