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Diarios del COVID-19: Perder a un amigo hace de esto algo personal


 La periodista Celia Mendoza, de la Voz de América, graba un reportaje en el centro de Nueva York, en la esquina entre la Calle 34 y la 8ª Avenida, tras entrevistar a vendedores ambulantes.
La periodista Celia Mendoza, de la Voz de América, graba un reportaje en el centro de Nueva York, en la esquina entre la Calle 34 y la 8ª Avenida, tras entrevistar a vendedores ambulantes.

Los esfuerzos por contener y erradicar la pandemia de coronavirus han unido a los neoyorquinos, al igual que sucede en otras muchas ciudades del mundo. Nuestra compañera Celia Mendoza nos entrega este testimonio desde la pena de haber perdido a un colega, pero también desde la esperanza de ver renacer la ciudad gracias a las ganas que muchos sienten por aferrarse a la vida.

A medida que el estado de Nueva York se prepara para reabrir, la vida en “la ciudad que nunca duerme” es todo menos normal. Después de más de 21.000 muertes por coronavirus, una cifra que ahora también incluye niños, todavía hay muchas incógnitas sobre la COVID-19.

Esta inquietante incertidumbre me ha mantenido alejada de las tiendas durante cinco semanas. Compro online todo lo que necesito, a través de Amazon. Acostumbrada a estar afuera, dando vueltas por la ciudad todos los días, ahora salgo de mi apartamento solo por trabajo. La mayoría de mis entrevistas las llevo a cabo mediante FaceTime.

Mi pequeño estudio en Manhattan ha sido adaptado para ser todo en mi vida. Junto a la ventana, mi nueva oficina incluye un escritorio y una computadora portátil. Mi estudio de televisión también es mi baño, donde la cortina de la ducha sirve como telón de fondo para tomas en vivo.

Yvan Osorio, un reportero gráfico de Venezuela y amigo de Celia Mendoza, le envió esta foto desde su cama de hospital, donde murió el 1 de mayo, después de semanas de luchar contra el coronavirus.
Yvan Osorio, un reportero gráfico de Venezuela y amigo de Celia Mendoza, le envió esta foto desde su cama de hospital, donde murió el 1 de mayo, después de semanas de luchar contra el coronavirus.

El espacio al lado de mi cama es un gimnasio, donde mi estera de yoga se encuentra en el piso para que pueda hacer ejercicios de cardio, yoga y fortalecimiento . Y todos los lugares ahora funcionan para participar en las reuniones vitales que tienen lugar en Zoom.

Yo, como tantos otros neoyorquinos, me he adaptado a un nuevo estilo de vida. Todas las noches, a las 19:00 horas, celebramos a nuestros héroes esenciales con aplausos. Lloro cada vez que mis vecinos tocan la trompeta para agradecerles por cuidarnos.

Me siento muy orgullosa de Nueva York y de los esfuerzos que hemos realizado para reducir la propagación del nuevo coronavirus. Me alivia que las sirenas de las ambulancias ya no sean una constante en mi calle.

Estoy tentada a relajarme porque hemos escapado de lo peor, pero luego tengo que recordarme a mí misma que debo mantener el distanciamiento social, lavarme las manos 100 veces al día y decirles a los que amo cuánto significan para mí antes de que sea demasiado tarde.

Incluso cuando creo que, de alguna manera, me libré del virus, la realidad de vivir en el epicentro del contagio me toca con la dolorosa noticia del fallecimiento de un amigo y compañero periodista. Al igual que muchas personas que he entrevistado, ahora también tengo mi propia historia de pérdida, dificultades, esperanza y perseverancia.

Sin saberlo, tal vez hacer estas entrevistas me prepararon para enfrentar mi dolor y la sensación de frustración que viene de saber que nunca lo volveré a ver, que no escucharé su voz o lo molestaré insistiéndole con que necesita aprender inglés.

A lo largo de esta tragedia, he visto a personas unirse, ofreciendo ayudar a los necesitados. Entregando donaciones y orando por la familia de mi amigo con amabilidad y amor.

Parece que todos estamos juntos aprendiendo esta dura lección. No solo estamos sobreviviendo en la época del coronavirus, sino que estamos reinventando nuestra vida cotidiana. Tenemos que mejorar las cosas en honor de aquellos que no vivirán para ver el final de esta terrible y despiadada pandemia.

Nuestro nuevo mundo es caótico pero hermoso y somos increíbles los humanos, con quienes compartimos este precioso regalo de la vida todos los días.

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