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"Angustia e impotencia": ecuatorianos abatidos por desinformación sobre sepultura de muertos por coronavirus


Sharon Ayala muestra la cédula de identidad de su padre que murió por la COVID-19 y a quien no pudo darle sepultura.
Sharon Ayala muestra la cédula de identidad de su padre que murió por la COVID-19 y a quien no pudo darle sepultura.

Sharon Ayala quería respuestas. Llevaba desde el 19 de marzo pidiendo ayuda. Primero llamaron para reportar que su padre, Luis Enrique Ayala Campoverde, mostraba síntomas de la COVID-19. No hubo respuesta.

Su padre falleció 11 días más tarde. Y pasaron casi 50 angustiosos días para que le informaran dónde había sido sepultado.

Cuenta su hija que Ayala Campoverde empezó quejándose de dolores de cabeza, tos seca y malestar general en el cuerpo. La familia siguió llamando para pedir atención médica, buscaban que lo lo trataran en casa o lo trasladaran a un hospital; pero tampoco hubo respuesta.

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El hombre de 76 años se enfermó en el momento más crítico de la pandemia en Ecuador, cuando los hospitales colapsaron y las víctimas caían muertas en las calles sin que nadie pudiera ayudarlas.

Ayala Campoverde desarrolló problemas respiratorios, y el 30 de marzo, 11 días después del inicio de los síntomas, falleció. Sus familiares, todos positivos por la enfermedad, no podían salir a la calle.

Todos los parientes siguieron llamando para reportar la muerte. Según cuenta la hija del difunto, tres patrullas de la policía llegaron al domicilio y verificaron que había un fallecido. Antes de retirarse, a la familia del difunto le aconsejaron paciencia.

Pasaron tres días y el cadáver estaba ya descomponiéndose, dice Sharon Ayala. El mal olor no podía ser disimulado. Buscaron cal sin éxito, señala. Buscaron formalina para inyectar al cadáver y desacelerar la descomposición, pero las funerarias no quisieron venderles. Y los vecinos empezaron a quejarse.

Dice que siguieron llamando, sin obtener respuesta. Algunas personas, dijo Ayala a la VOA, les preguntaron si no tenían un patio o un lote de terreno donde pudieran sepultarlo.

Finalmente, el 3 de abril, tres días después del fallecimiento, aparecieron trabajadores de la salud escoltados por policías y se llevaron el cadáver. Les dijeron que sería llevado a unos contenedores refrigerados donde estaban almacenando a los fallecidos mientras se determinaba dónde sepultarlos. Dijeron que les llamarían para informarles del lugar de la sepultura. Una vez más, nunca recibieron una llamada.

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La familia volvió a llamar sin descanso, pero siempre con el mismo resultado. Ninguna respuesta. Transcurrido casi un mes y medio, y hasta el martes (12 de mayo) al mediodía, los familiares de Ayala Campoverde aún desconocían dónde habían ido a parar los restos de su ser querido. Su nombre no aparecía en los listados que publica el gobierno indicando dónde ha sido sepultado cada fallecido.

Ecuador fue golpeado severamente por el coronavirus y Guayaquil fue el epicentro. En la ciudad costeña se registró el 70 por ciento de los contagios y un 50 por ciento de las muertes. La alcaldesa se vio obligada a usar fosas comunes para sepultar a centenares de personas que fueron recogidas muertas de las calles.

Recién el martes por la tarde, el nombre de Luis Enrique Ayala Campoverde apareció en una lista donde indicaba el lugar donde había sido sepultado. "Gracias a Dios, no fue en una fosa común, sino en una tumba individual en el Cementerio General de Guayaquil", informó a la Voz de América su hija, Sharon Ayala.

Con tristeza e indignación los parientes exigen una explicación. Este drama no es exclusivo de esta familia. En Guayaquil, capital económica de Ecuador, numerosas familias viven historias similares en la ciudad devastada por el coronavirus.

“Los sentimientos que tenemos de angustia e impotencia, más que todo de mucho dolor, de no poder haber recibido ayuda de ningún lado para salvar a mi papa”, reclamó llorando Sharon Ayala, al relatar el drama vivido por su familia.

(Con la colaboración de Joel Gutiérrez)

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