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Las manos heladas y una sonrisa


La cúpula del Capitolio de Washington apenas se divisa mientras las primeras nieves caen sobre la capital de Estados Unidos.
La cúpula del Capitolio de Washington apenas se divisa mientras las primeras nieves caen sobre la capital de Estados Unidos.

Para algunos, el frío y la nieve no son una mala noticia a la hora de dejar la cama cada mañana.

Son poco más de las 5 de la mañana en Washington, la capital de Estados Unidos. El termómetro marca una temperatura de -2º centígrados bajo cero. Aún está oscuro y los rastros de la primera nevada del invierno, ocurrida durante la madrugada, aún están frescos.

Es el inicio de una jornada regular de trabajo para muchos. Pero para otros, el trabajo se ha extendido toda la noche y bajo temperaturas gélidas.

Iván tiene un gorro de lana protegiendo su cabeza y una vincha de cubriendo sus orejas. Por encima aún lleva la capucha del abrigo y el cuello del suéter levantado. Mientras camina, las botas impermeables van dejando huellas en la nieve fresca.

Sin embargo, aún siente las manos heladas dentro de los guantes de algodón que lleva por debajo de los guantes de fieltro de trabajo. Su piel Caribe mal se adapta al frío del noreste de Estados Unidos.

Pero mientras sostiene el rastrillo con el que distribuye la sal que ha estado colocando durante toda la noche en veredas y calles de la ciudad, para evitar que la nieve se convierta en hielo y provoque accidentes, todavía tiene una sonrisa para desear a los primeros madrugadores, los “¡buenos días!”, con un acento centroamericano cantado.

Al comentario rápido de “qué frío”, simplemente responde con la misma sonrisa, “ha estado así toda la noche, pero en el camión tenemos café caliente”, dice señalando con la cabeza en dirección al vehículo cargado de sal y estacionado muy cerca, con el motor encendido para ofrecer un refugio caliente a los trabajadores durante las pausas.

Para algunos, el frío y la nieve no son una mala noticia a la hora de dejar la cama cada mañana. “El trabajo de jardinería se ha terminado y la empresa ofrece este servicio durante el invierno, así que seguimos teniendo trabajo”, dice Iván, “no me puedo quejar de que esté nevando”, agrega.

“El invierno pasado con toda la nieve estuvimos muy ocupados”, recuerda. “Espero que este invierno también nos ayude”, dice aún más sonriente.

Bajo la cabeza, sujeto el sombrero para evitar que el viento me lo quite y mientras le devuelvo una sonrisa y unos “buenos días” de despedida, le digo: “¡Disfruta del café!”, en tanto pienso en el mío propio. Antes de que su cabeza y su sonrisa casi desaparezcan bajo el abrigo de la capucha, Iván responde: “¡Gracias!”.

Sigo caminando rumbo a la estación del metro y mientras acelero el paso, vuelvo a mirar la nieve y ya no sólo veo la belleza del paisaje urbano que comienza a teñirse de blanco, sino también he decidido dejar de quejarme del frío, después de todo, la nieve es una buena noticia para tantos Iván.

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