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La muerte después de la guerra: por qué los países más violentos están en Latinoamérica


Niños vuelan una cometa en la Comuna 13, uno de los barrios históricamente más violentos de Medellín, Colombia
Niños vuelan una cometa en la Comuna 13, uno de los barrios históricamente más violentos de Medellín, Colombia

Los países con más violencia del mundo no están en guerra.

Sí, leíste bien. Más del 80% de las muertes por violencia letal sucedieron fuera de zonas de conflicto. En el 2015 fueron asesinadas más personas en Brasil, la segunda democracia más grande del mundo, que en Siria, envuelto desde hace años en una guerra civil.

No se trata de un fenómeno de un solo país sino que se extiende a toda la región. Un tercio de todos homicidios en el mundo suceden en Latinoamérica y el Caribe.

¿Cómo se explica esto? Para Rachel Kleinfield, investigadora en el Carnegie Endowment for International Peace, la respuesta está en los gobiernos y en una violencia que permea todas las capas de la sociedad. Desde los ministros, pasando por los alcaldes y la policía hasta los bares y los casinos.

Lo que pasa, explicó la investigadora, no es tanto que los estados sean débiles o ‘fallidos” sino que “son debilitados” adrede por sus gobernantes y actores politicos para mantenerse en el poder.

Kleinfield lo explica como si fuera una tormenta perfecta, en la que intervienen actores criminales, como pandillas, mafias o guerrillas y líderes corruptos en medio de sociedades polarizadas y desiguales.

“Comencé a ver los mismos patrones”, dijo Kleinflied sobre su investigación, la cual la llevó además de a Colombia y México a Ghana, Georgia e Italia.

La historia va así: una clase dirigente dentro de una democracia joven o decaída no está convencida de poder ganar las elecciones justamente. Por lo tanto, decide aliarse con grupos violentos, llamese maras, combos o mafia, para que les ayuden infundiendo terror y evitando que los votantes de la oposición acudan a las urnas.

Los matones ganan impunidad y los políticos aferrarse a sus escritorios. Desde ahí es un efecto dominó. Los políticos consiguen el apoyo de los empresarios a cambio de protección, la policía se politiza y las instituciones se corrompen, dándole espacio a los grupos criminales para venderse como quienes administran la justicia y dan seguridad a las comunidad marginadas.

Crece la impunidad y la violencia se normaliza. La clase media se refugia y se desentiende y los marginados se alejan cada día más del espacio y la participación pública. ¿Suena familiar?

En su libro ‘A Savage Order’, Kleinfield habla de Colombia como una nación cuya historia puede dar luces sobre cómo funciona la violencia al igual que cómo salir de ella.

La autora Rachel Kleinfeld durante la presentación de su libro , A Savage Order: How the World’s Deadliest Countries Can Forge a Path to Security' en Washington D.C.
La autora Rachel Kleinfeld durante la presentación de su libro , A Savage Order: How the World’s Deadliest Countries Can Forge a Path to Security' en Washington D.C.

La investigadora da el ejemplo de Medellín, cuya trayectoria de la violencia a la paz que ha sido llamada el ‘milagro de Medellín’, muestra cómo supuestamente ha mejorado en comparación a los niveles de violencia de las últimas décadas del siglo XX.

En el 2002, el gobierno del entonces presidente Álvaro Uribe, dejó al líder paramilitar Diego Fernando Murillo, alias ‘Don Berna’ “controlar el crimen organizado y callejero en Medellín”. Para el 2003, después de la Operación Orión, cuyo objetivo era sacar a la guerrilla de las FARC de la Comuna 13, Don Berna “controlaba Medellín más a fondo de lo que [consiguió Pablo] Escobar”.

Una mujer llora después de que su hijo fue arrestado por las fuerzas de seguridad durante la Operación Orión en la Comuna 13, el 17 de octubre del 2002
Una mujer llora después de que su hijo fue arrestado por las fuerzas de seguridad durante la Operación Orión en la Comuna 13, el 17 de octubre del 2002

“Uribe ejecutó un clásico tratado sucio, intercambiando impunidad por paz al poner a los criminales a cargo”, sentencia Kleinfield en su libro.

Como consecuencia, y después del proceso de desmovilización con los paramilitares, durante el cual también hubo intercambios de impunidad, en particular para evitar que se les extraditara hacia Estados Unidos, la violencia tanto en Medellín como en Colombia se redujo considerablemente.

Este tipo de “tratados sucios” son comunes en las sociedades que presentan, como llama la autora, una “violencia privilegiada”. Ya que, aunque dan la apariencia de mejoría, el poder sigue concentrado entre los políticos y las bandas criminales.

Kleinfield atribuye la verdadera mejora de Medellín a la gestión del alcalde Sergio Fajardo, quien entró a la administración en 2003 y estuvo hasta el 2007.

Su trabajo, enfocado en programas sociales y de urbanismo, que acercaron los barrios marginales de la ciudad con proyectos de transporte como el metrocable, consiguió que para el final de su término Medellín tuviera niveles de violencia menores a los que presentan hoy las ciudades más peligrosas de EE.UU.

La vida pierde valor

A pesar de la aparente mejora, el año pasado asesinaron a 580 personas en Medellín. Y 544 en el 2016, y 496 el año anterior…

Por más que haya disminuido la violencia en la ciudad, la gente sigue muriendo. “Porque la tasa [de asesinatos] sea menor que en la de los 90, eso no significa que no nos tiene que importar”, dijo Zaira Agudelo, secretaria técnica de la corporación Viva la Ciudadanía, que agrupa varias ONG en Medellín.

Kleinfield, en su estudio de la ciudad, atribuye esto a la deshumanización. “La vida humana pierde valor y cualquier persona se deshumaniza cuando la vida se denigra”, dijo la investigadora.

Los ciudadanos ven la violencia con normalidad y esto genera que “se maten unos a otros impulsivamente, por causas insignificantes, mientras se esconden bajo la impunidad producto de años de guerra, crimen y represión”.

A esto se le suma un aumento de la violencia en la ciudad en los últimos años, motivado por una serie de factores entre ellos el reajuste del liderazgo entre las pandillas (o combos) que manejan el crimen en la ciudad y la falta de políticas públicas de integración bajo la nueva alcaldía.

“No se muere cualquier persona”, explica Agudelo, “la mayoría de las víctimas son jóvenes entre los 14 y los 18 años” para quienes no hay suficientes oportunidades.

El problema de la seguridad en Colombia para Gimena Sánchez, directora del programa de Colombia en la oficina de Washington para América Latina, (WOLA) es que la paz “es de sectores” y hay “diferentes mundos viviendo en el mismo lugar”.

Kleinfield es enfática: “El problema más grande de la deshumanización no es forjado por los asesinos profesionales, sino por las personas ordinarias que normalizan la violencia”.

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