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Arrestos arbitrarios se normalizan en Nicaragua


En esta foto del 24 de julio el 2018, un estudiante universitario que no quiso ser identificado por temor a represalias del gobierno muestra la quemadura de cigarrillo en su tatuaje de una sacuanjoche, la flor nacional de Nicaragua.
En esta foto del 24 de julio el 2018, un estudiante universitario que no quiso ser identificado por temor a represalias del gobierno muestra la quemadura de cigarrillo en su tatuaje de una sacuanjoche, la flor nacional de Nicaragua.

La estudiante de economía agrícola de 21 años de edad, con casi dos meses de embarazo, esperaba escapar de Nicaragua con su novio, pero un policía en na motocicleta bloqueó su camino cuando ambos se montaban en un taxi con otros estudiantes para irse a una casa segura.

Cinco furgonetas policiales con hombres armados y enmascarados vestidos de civil los rodearon. Policías uniformados comenzaron a revisar las mochilas de los estudiantes. Uno de ellos sacó una bandera nicaragüense.

“Estos son los terroristas que mataron a nuestro compañero”, dijo el policía, usando el término del presidente Daniel Ortega para quienes han protestado contra su gobierno desde abril.

La joven pareja y sus amigos se sumaron a los más de 2.000 arrestados en Nicaragua en casi cuatro meses de protestas y represión oficial. Se piensa que al menos 400 personas siguen detenidas en cárceles, prisiones y estaciones de policía y algunos los consideran prisioneros políticos, dice el Centro de Derechos Humanos de Nicaragua, no gubernamental.

Los otros fueron detenidos e incomunicados por días o semanas, interrogados brutalmente para que revelasen nombres y amenazados con cargos de terrorismo antes de ser dejados en libertad sin explicaciones, en momentos en que el gobierno de Ortega trata de extinguir la resistencia.

“Me aplastaron los dedos y me golpearon en las costillas y el estómago”, dijo la estudiante embarazada. “Cuando estaba en el suelo, me patearon”.

En esta foto del 25 de julio del 2018, María José Malespin muestra una fotografía de su hijo desaparecido, Lester Lenin Mayorga Malespin, quien fue detenido en un retén policial en las afueras de la ciudad nicaragüense de Bluefields.
En esta foto del 25 de julio del 2018, María José Malespin muestra una fotografía de su hijo desaparecido, Lester Lenin Mayorga Malespin, quien fue detenido en un retén policial en las afueras de la ciudad nicaragüense de Bluefields.

La Associated Press entrevistó separadamente a cuatro de los arrestados y excarcelados, todos los cuales están ocultos. Ellos acordaron hablar solamente a condición de anonimato.

“En estos momentos, sin exageración, Nicaragua es una prisión”, dijo Vilma Núñez, presidenta del centro y ex vicepresidenta de la corte suprema durante el primer gobierno sandinista de Ortega en 1979. Núñez dijo que la búsqueda sistemática por el gobierno de los participantes en las protestas es “una cacería humana”.

La semana pasada, la Comisión Interamericana de Derechos Humanos dijo que su equipo de monitoreo en Nicaragua encontró que los detenidos fueron abusados, no se les informó de sus derechos ni de cargos y se les arrestó sin órdenes judiciales. Sus familiares no fueron notificados de adónde los llevaron, añadió.

La policía nacional no respondió a un pedido formal de comentario.

Durante semanas, Ortega negó que escuadrones paramilitares y grupos de la juventud sandinista que han chocado o atacado a manifestantes estaban trabajando con la policía. Pero cuando se le preguntó en una entrevista televisiva reciente cómo manifestantes capturados por paramilitares enmascarados fueron a parar a las cárceles, el presidente dijo: “Tenemos policías voluntarios que cooperan con la policía”.

Ortega ha acusado a los manifestantes y opositores de tratar de orquestar un golpe de estado.

Los disturbios comenzaron como protestas contra recortes en la seguridad social. Tras una violenta represión, los estudiantes se volvieron la vanguardia de un amplio movimiento para forzar la renuncia de Ortega.,

La joven de la Universidad Autónoma Nacional de Nicaragua era una de casi 200 estudiantes que se parapetaron en el campus en Managua, pero fueron expulsados a mediados de julio por paramilitares en un intenso tiroteo que mató a dos personas.

Poco tiempo después, ella y otros fueron un centro policial de procesamiento y colocados en fila con las manos tras el cuello.

“Le dije a uno que estaba embarazada”, dijo. “’Ah’, dijo él’ excelente. Tenemos a una embarazada’”.

“Uno de los paramilitares me golpeó en el estómago”, dijo. “’Ahora te lo vamos a sacar’, dijo. ‘Y tú te lo vas a comer vivo’”.

Los hombres y las mujeres fueron separados e interrogados individualmente. Los hombres fueron desnudados.

Un estudiante de 20 años dijo que le dieron puñetazos en el estómago y patadas en los testículos. Un policía le arrancó el aro que tenía en una ceja y le quemaron un tatuaje que tenía en el hombro con un cigarrillo.

“Dijeron que nos iban a violar. Dijeron que iban a violar a las muchachas”, dijo.

Los policías y los hombres enmascarados hicieron las mismas preguntas en los interrogatorios: ¿Quiénes eran los líderes estudiantiles? ¿Qué parido político estaba financiando su movimiento? ¿Cuánto le estaban pagando? ¿Qué armas tenían?

Una estudiante de mercadotecnia de 24 años en la universidad nacional dijo que una policía la amenazó con un cuchillo y la abofeteó.

Una mujer de 23 años que se graduó recientemente de otra universidad dijo que fue golpeada con la culata de un fusil.

Su novio, de quien sospechaban era un líder, la pasó peor. “Le pusieron un cigarrillo en un testículo”, dijo.

La estudiante embarazada fue llevada a una habitación y forzada a pararse con las manos extendidas sobre una mesa. Los investigadores comenzaron a golpearla en el estómago de nuevo, dice, y una policía le cortó la mitad de una de un pie.

Cuando les volvió a decir que estaba embarazada, le dijeron: “Dolor es lo que nosotros sentimos luchando por nuestro país. Ustedes todos sólo quieren ver destruido el país. Quieren que de vaya nuestro comandante (Ortega)”.

Durante su encarcelamiento de cinco días comenzó a sangrar. Fue interrogada y golpeada de nuevo.

Cuando los estudiantes fueron dejados en libertad, se les advirtió que desapareciesen o serían acusados de terrorismo.

Al día siguiente ella fue al hospital, donde un médico le dijo que no podían hacer nada.

“Me dijeron que me preparase”, dijo. “Perdí a mi bebé”.

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