Los primeros en domesticar pavos fueron los habitantes de Mesoamérica, donde se ubica hoy en día el México moderno, por allá por los años 800 antes de Cristo, según Julie Long, investigadora del Departamento de Agricultura de EE.UU.
Cuando los conquistadores españoles arribaron a esta parte del mundo en las postrimerías del siglo XV y en el XVI “descubrieron los pavos domesticados, que eran mucho mejores que los que ellos comían en Europa”, dice Long.
Después, al regresar al viejo continente llevaron consigo a los pavos junto con el maíz, los pimientos y tomates, y durante los próximos 100 años la crianza de estas aves se diseminó por España, Holanda y llegó hasta Inglaterra, donde hasta ese momento la comida navideña tradicional era el ganso.
A partir del siglo XVII, los pavos emprendieron el camino de regreso a las Américas, cuando los colonos ingleses los trajeron como parte de su ganado al asentamiento conocido como Massachusetts Bay Colony, en la década de 1630.
Unos diez años antes, cuando los pioneros desembarcaron cerca de Plymouth, hallaron que el bosque estaba lleno de pavos silvestres, primos lejanos de las aves domesticadas en Mesoamérica y que en pocos años llegaron a extinguirse tanto que para fines de 1640 empezó a ser una buena idea criarlos en casa.