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El muro hecho pedazos


El niño del graffiti que fue pintado en 1980 en el lado occidental del muro fue y es un mudo testigo de la historia que no se detiene.
El niño del graffiti que fue pintado en 1980 en el lado occidental del muro fue y es un mudo testigo de la historia que no se detiene.

La porción del muro que se encuentra en Boston, estaba localizada inicialmente cerca de Bernauer Strasse, en el lado occidental de la entonces dividida ciudad de Berlín.

Es un pedazo de concreto. Pero es también mucho más que un pedazo de concreto. Es un pedazo de un muro hecho pedazos, que es también parte de una historia que se hizo pedazos con el muro.

Pesa unas cuatro toneladas y está instalado, casi como un simple pedazo de concreto, frente al edificio de la Escuela Internacional de Negocios Hult del Centro de Educación EF en Cambridge, en la ciudad de Boston, en el nororiental estado de Massachussets en Estados Unidos.

Tiene una pintura de un niño de camiseta y sombrero, que ni siquiera aspiraba a ser una pintura, para quedarse mejor, en un representativo graffiti, ese arte callejero que durante décadas se instaló como silenciosa protesta en el muro.

Es un pedazo del muro que hace veinte años fue derribado. Ese muro que se cayó de a pedazos. Y uno de esos pedazos, de los tantos que fueron transportados a distintas partes del mundo para que todos sintieran un poco de humana vergüenza ante la falta de humanidad, fue comprado y donado en 1991 por los empleados de EF, al fundador y propietario de la organización, el sueco Bertil Hult, para conmemorar su cumpleaños número 50.

Ese pedazo del muro que era símbolo de la división estaba localizado inicialmente cerca de Bernauer Strasse, en el lado occidental de la entonces dividida ciudad de Berlín, y Bertil Hult lo ofreció como donación al Centro Cambridge, como muestra de su gratitud por el esfuerzo de la institución por derribar las barreras del lenguaje y promover la educación en todo el mundo.

De ese evento en Boston, hace una década, participó el recientemente fallecido senador estadounidense Edward Kennedy, quien entonces recordó que hasta ese muro había llegado en 1963 el entonces presidente John F. Kennedy, su hermano, y donde pronunciara la célebre frase, “Ich bin ein Berliner”, “yo soy un berlinés”, en apoyo a quienes vivían sometidos en el lado oriental de la ciudad dividida.

Por eso a veces la historia se mezcla con la historia y se hace más historia.
Por eso ese pedazo de concreto, símbolo de la represión de las más básicas libertades de los hombres, de pronto se convierte en un conmovedor elemento que gana vida y transmite emociones.

Basta ver a las personas llegar hasta el lugar, deslizar las manos suavemente sobre la rugosa superficie y simplemente permanecer allí en silencio. Incluso, algunos, hasta bajan la voz al hablar, en una muestra de profundo respeto por las vidas que se perdieron en cada intento por ganar la libertad perdida, por tantos sueños rotos e ilusiones destrozadas.

Mientras tanto, el niño del graffiti que fue pintado en 1980 en el lado occidental del muro sigue allí, observando casi con curiosidad a quienes se detienen a contemplarlo.

O es que quizás, aún pretenda recordar y alertar a todos quienes los observan, y que no estuvieron el día que se cayó el muro, ni ninguno de los días que le precedieron, desde la construcción y durante el reinado de ese pedazo de concreto, que era del otro lado del muro donde no había libertad.

Que era del otro lado del muro, donde no había espacio para la libre expresión. Y que todavía, es del otro lado de otros tantos muros, que aún se siguen coartando las libertades.

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