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La muerte no dio avisos en el Monte Ontake


Soldados y rescatistas en la cima del Monte Ontake, en el centro de Japón.
Soldados y rescatistas en la cima del Monte Ontake, en el centro de Japón.

Un día perfecto en la cima del monte Ontake en Japón termina en desgracia al hacer erupción el volcán sin previo aviso.

A 3.000 metros de altura, la mañana del sábado en la cima del Monte Ontake en Japón no podía ser mejor. El cielo estaba despejado y era perfecto para sacar la cámara fotográfica —el alter ego de los japoneses.

Muchos montañistas descansaban de la caminata matutina, algunos se quitaban los zapatos, otros preparaban sopas Ramen en cocinas portátiles.

Sayuri Ogawa, una guía de montaña de 43 años, se encontraba sola repasando en su mente el tour que comenzaría en momentos alrededor del cráter del volcán. De repente oyó una explosión encima de su cabeza, algunos sacaron la cámara, ella corrió hacia abajo.

Comenzó a llover piedras, muchas del tamaño de una miniván o de una refrigeradora. La ceniza comenzó a acumularse. Llegaba hasta la rodilla. Nadie, ni siquiera los vulcanólogos, habían detectado señales de peligro, mucho menos que estuviera a punto de comenzar una fatal erupción.

Para entonces ya no había donde protegerse, los que lograron salvarse buscaron refugio junto a alguna roca grande que medio les tapó el cuerpo. Así lo hizo Ogawa. Unos cuantos alcanzaron a protegerse en los escasos alojamientos que complementan el paisaje aquí y allá en las laderas del monte.

Al mediodía, 36 personas habían muerto. No hubo lava. Solo cenizas y gases sulfúricos sofocantes que invadieron el ambiente.

Los que fallecieron murieron aplastados por las rocas, desmayados por los gases y cubiertos de cenizas.

"Fue intenso, casi surreal", dijo Ogawa. "No debo olvidar que cualquier cosa puede pasar en una montaña".

Así, una mañana perfecta de otoño en Japón terminó en desgracia.

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